jueves, 19 de julio de 2012

Cosas del tiempo LA NOCHE Y EL DÍA


Noche y día, sol, sombra y tinieblas,  así transcurre nuestra vida, casi siempre  agradable y, en ocasiones, con alguna que otra dificultad.  Se dice muy bien  aquello de “al mal tiempo, buena cara”, y eso precisamente viene al caso en este verano realmente insoportable de calor apelmazado y seco. Por si faltaba algo, aunque ajeno al tiempo atmosférico, es la tremenda y angustiosa crisis política y moral que sufre nuestro país. No sabemos ya que es peor: los calores del tiempo o los disgustos y desmanes que nos proporcionan nuestros políticos y banqueros. 
Pero lo dicho, pongamos la mejor de nuestras caras, y adelante, que peores cosas han pasado en la larga y complicada historia de la historia. 
Bien, a lo que íbamos, nulidad de lluvias, noches pesadas dando en la cama más vueltas que un trompo y el consiguiente y perpetuo debate entre si es mejor el día o la noche. 
Lo diré desde el principio: prefiero el día. Ver amanecer es una de las cosas más hermosas que existen. Si lo piensas bien, el hecho de que el sol salga cada día llenándonos de luz y vida es el mayor milagro del mundo No hay palabras para describirlo: mirad cómo se abren las flores a los rayos de sol;  oír cantar los pájaros, cómo salen a los caminos los pequeños insectos,  y cómo las personas se afanan en sus tareas, hablan y ríen, y por lo menos aquí en el pueblo, cuando pasas junto a ellas, en los diarios paseos, suelen decirte afablemente –como en mi caso- : “Buenos días, Pepe”. Eso vale ya todo lo que se pida. Claro, estas cosas sólo pasan en pequeñas poblaciones donde todos nos conocemos; no en las ciudades donde ni se saludan los de la misma escalera.  (Alguna ventaja tendríamos que tener los de aldea).
Pero el caso que nos ocupa hoy no es cuestión de  si boina o sombrero, sino que el tema  es la noche y el día.
Se divagó por muchos filósofos qué fue primero de ambas cosas: el alba ó el crepúsculo Parece ser que ganó el debate el día,  adelantándose unas horas a la noche  y que, teóricamente, uno sería consecuencia ineluctable de lo otro.
Científicamente es sabido que los días y noches son debidas al movimiento de rotación de la tierra alrededor de su propio eje, que dura 24 horas, dando lugar a la noche y el día, y el de traslación alrededor del sol cada 365 días, lo que da lugar al año. Durante el primer movimiento de rotación, la mitad de la tierra permanece iluminada por el sol siendo de día y  la otra mitad se queda  a oscuras, siendo la noche.   
Otras cosas curiosas de saber referentes a nuestra preciosa tierra es que tiene una antigüedad aproximada de 5.000 millones de años. (Este dato lo cito para caer en la cuenta  lo que habrá llovido desde entonces, aunque parece ser que Ayora  le  pilló siempre a trasmano y aquí seguimos, “sin caer una gota”. (Bueno… en la “Riada” sí nos cayeron 50.000 millones de gotas, pero me parece ese fue el castigo por quejarnos de que nunca llovía).      
Refiriéndonos ahora a los aspectos mitológicos griegos sobre el tema, hay distintas variantes, pero todas girando sobre la eterna dualidad: noche-día, luz-tinieblas; negro-blanco. Según Hesiodo, historiador griego, el día fue hija del dios Erebo y de Nix, la noche. Otras mitologías citan a “Emera” como diosa del día, propiciadora de salud y  felicidad. 
Por otra parte está la leyenda, cuya procedencia no conozco bien, sosteniendo que al finalizar la tarde, la tierra desprende una enorme energía que se expande a modo de vapores por hombres y mujeres ofuscándolos y haciéndoles caer vencidos por el sopor en  sueños y pesadillas perturbadoras. Poco a poco, al cesar  las turbias emanaciones y evaporarse los gases, irrumpía gloriosamente el día.


En fin, siempre existen, como en todas las cosas,  montones de teorías y “músicas celestiales” intentando explicarnos creacionistas y evolucionistas, los orígenes de la vida y la muerte, cuando bien sabemos que nada está claro,  ni estará..
Volviendo a la palpitante y rabiosa actualidad del tiempo que nos está tocando vivir, hay que decir que todo se ha trastocado, volviéndose el mundo del revés. Si antes el DÍA era  señor de la creación;. hermoso y divino, vivo cálido,  pasión y fiesta, la NOCHE era, sin embargo lo contrario: el mismo diablo haciendo compañía a aquel  conocido dicho de “la noche para los lobos”,  o sea, todo  lo nocturno era pecado, negro, avieso, tenebroso y frío: los malos pensamientos, las traiciones, las venganzas, las orgías, la lujuria, etc. Pues bien, en nuestros días ha cambiado por completo el panorama; la noche es hermosa, la noche es fiesta, la noche es sensual, sexual y  promiscua, la noche es juventud, y los viejos debemos irnos pronto a la cama y aguantar como podamos las trapisondas consiguientes de los jóvenes que no se quedan en sus reductos sino que acampan por todo el pueblo. Sobre todo en verano, en el que cada fin de semana supone  juergas interminables,  copiosos “botellones”,  tracas y cohetes,  bailes y conciertos diversos. Hasta la gente ya madurita de media capa, se ha pasado también con armas y bagaje al “torbellino de la noche” aunque a  menudo tal torbellino consista solamente en tomarse unas “Fantas” con papas en una céntrica terraza. Pero el caso es que llegado el fin de semana es como un rito coger el petate y “lanzarse a la trepidante noche”, porque si no, eres antiguo
Aquellos que quedamos “de antes” -y a mucha honra-, lo más que hacemos al llegar las sombras nocturnas es retirarnos a casa, poner las noticias de la tele, ver algún concurso o película, y allá a las 12, lo máximo, a la camita.
Yo, desde luego, como dije al principio, prefiero siempre el día a la noche; y el verano al invierno (aunque de seguir así este año, puede que me cambie), con los refrescantes baños en las piscinas y, luego por las tardes, la deliciosa siesta y tertulia cuando haya lugar, con los amigos o vecinos.
Reconozco que hablo de un mundo arcaico, pero “cä uno es cá uno”,  y en vista de cómo se ponen las cosas, que Dios reparta suerte a los antiguos y modernos, jóvenes y viejos, que falta nos va a hacer a todos.

José Martínez Sevilla



Pienso yo como si el peso y desgaste de cada hora en su lento transcurrir, deviniera en una lenta y mugrienta acumulación de masa oscura y tenebrosa dando lugar a las sombra inmensa de la noche. 

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