sábado, 30 de junio de 2012

MIRANDO UN CUADRO


Exposición Museo Thyssen - Madrid     -     Pintor: Edward  Hoopper



Me deslumbra y seduce
este cuadro,
su denso mutismo, 
y enervante quietud.
Como contrapunto,
el latir intermitente
-a duras penas retenido-
del corazón febril
arteramente herido
de una mujer.

Algo yace oculto
en la habitación de este hotel,
alguien al cerrar la puerta 
se llevó la deslealtad con él,
quedando muerta
una ilusión que no pudo nacer.

Me fascina ella,
tan abatida y sola
dulce y bella,
abandonada;
veo su cara manchada 
de avinagrada melancolía;
su bonito cuerpo
y el encanto de su dejadez,
agarrotadas esas manos 
apenas sosteniendo el libro
que no puede leer.

La voluptuosa curva
de la espalda perfecta
prolongándose estilizada
por muslos, piernas y pies; 
destilando por sus venas
desidia y desgana
como si todo le faltara…
y ya nada  pudiera volver.

Recuerda obsesivamente
cuando llegó, alocada tal vez.
¡Todo pasó tan rápido,
era su primera vez!
estaba ansiosa,  aturdida,
sin nada seguro que hacer;
se descalzó aprisa,
dejando los zapatos por doquier,
el vestido sesgado en la butaca,
las maletas sin abrir,
pálida la tez.

Una luz fuerte, cegadora,
no le deja ver
aquellos recuerdos
que destrozaron su ser.
  Sentada en la cama
vuelve a tomar el libro 
pero no lee,
piensa acaso morir.
de una vez.

Las paredes le miran cariñosas;
un gran resplandor por la ventana 
viste con un corpiño su desnudez.

¿Después…?

Un pintor soñó tu historia,
mujer,
e hizo el cuadro que ahora ves:

De su paleta 
brotaron los más bellos colores:
para volverte a embellecer
¡mírate!:
blancos deslumbrantes de la pared
reverberan la inmaculada sábana,
donde el amor no llegó a nacer,
y el cálido amarillo del fondo
acaricia tu anhelo 
para  levantarte otra vez: 
el verde apagado del suelo 
acogerá tierno y sumiso  
tus pies

No lo sabes…
pero este precioso cuadro
ha hecho inmortal tu tristeza, 
belleza
tu pesar.
  
Todos te queremos ver.
amar y comprender

Hasta yo mismo, conmovido,
viendo esta reproducción 
a través de Google , -en Internet-
he quedado enamorado 
de tu exquisita figura, 
la delicada compostura 
de tu nuca, cuello y  tez,
y esa perfecta curvatura
de la preciosa espalda,
muslos, piernas y pies.



José Martínez Sevilla   

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jueves, 21 de junio de 2012

Viejas ruinas de San Roque



Sin duda, que amo estas viejas piedras de la antigua ermita de San Roque. Puede parecer algo raro, pero es así. En la misma fotografía que ilustra este artículo, se me ve bien abrazado a uno de sus grandes sillares como queriendo retener tal pedrusco para que nunca desaparezca de allí.
Son muchas las mañanas que cam¡no por este lugar y por todo el camino del Angel, dando el acostumbrado paseo como muchas ayorinos y ayorinas. Por mi parte, siempre hago dos paradas reglamentarias: una, en la puerta de la ermita de nuestro Angel Tutelar, arrimado a las rejillas, por ver a la abuelica Liñana arrodillada recibiendo en su mano el mensaje del Santo, y la otra, delante de las mencionadas ruinas del venerado (en muchas partes), patrón de epidemias, San Roque.
Si la primera de mis visitas es claramente de devoción, la siguiente, es de fascinación. Observando estos vetustos y bellos arcos de San Roque, sus gruesos y sólidos muros de argamasa aún en pie, las grandes proporciones de la iglesia (comparada con la actual ermita), y hasta el inicio de unas rudimentarias escaleras para subir al púlpito, al verles, mi imaginación vuela por aquellos vericuetos pensando lo repletos que estarían de fieles aquel segundo lunes de Enero del año 1600 cuando se erigió por decreto de nuestro Consejo municipal esta Ermita en gratitud por habernos librado de la segunda aparición de la peste bubónica en nuestro pueblo, el año anterior, 1599.
Comenzó el azote de la epidemia en Almansa, y pronto se contagió Ayora. Pero desapareció fulminantemente tras las rogativas de gran cantidad de fieles de ambos pueblos. Reconociendo muchos la intervención del Angel de Ayora -que ya libró a nuestra Villa en 1392- es cuando acuerda el Concejo levantar – en un solo año-, una ermita para honrar tal efemérides, situándola precisamente en este bonito recodo del camino, donde todavía hoy vemos sus ruinas. El mismo Ayuntamiento acuerda establecer “Estación pública” dicho lugar siguiendo la tradición de celebrar una romería cada año en la fecha acostumbrada, con solemne Misa y sermón, predicando aquel año el afamado predicador sagrado, nacido en Ayora, D. Gabriel Hernández. Es curioso mencionar que tras los solemnes oficios, la romería siguió el camino de vuelta, deteniéndose en lo que es hoy ermita del Angel (inexistente entonces), y cantando la preceptiva Salve, de rodillas.
Es decir, que la primera Ermita que se hace en Ayora al Angel es donde están hoy nuestras ya mencionadas ruinas, y el nombre que se le pone es: “Ermita del Santo Angel y de San Roque”. El hecho de levantarla en una fecha tan tardía respecto a la aparición del Angel, es una clara señal de la progresiva falta de devoción de nuestros antepasados que tuvieron que sufrir una segunda embestida de la peste, para acordarse de su Angel Tutelar y asimismo, del patrón de las apestados, San Roque, hermanándolos en el nombre de la recién construida Iglesia. Pero no satisfechos del todo con esta doble titularidad y algo removida su débil conciencia, pronto levantaron otra pequeña ermita en el exacto lugar de la aparición, dedicada ésta exclusivamente, a nuestro Angel Custodio. Fue bendecida en 1639 por el obispo de Orihuela, y es el sitio concreto donde desde entonces se canta la Salve cada año en el tradicional segundo lunes de Enero. La pequeña ermita, debido a la creciente devoción del pueblo, fue sucesivamente ampliada y reformada en distintas fechas hasta llegar a la actual.
Ante todos estos datos llama la atención cómo la primera y mayor de nuestras ermitas, “del Angel y de San Roque”, va perdiendo importancia siendo progresivamente relegada tomando protagonismo la nueva. Consecuencia de ello, es que San Roque se deteriora cada año más, mejor dicho, dejan que se deteriore quiénes no lo debieron permitir. Pero algo raro y milagroso pasa aquí, y es que el famoso Santo, se niega a caer definitivamente llevando ya 306 años en ruinas. ¿No son muchos para una iglesia abandonada a su suerte, sin conocerse haya sido reparada? Ahí estás sus bellos y robustos arcos sostenidos milagrosamente por los recios muros y contrafuertes; los huecos de las numerosas capillas bien a la vista, y hasta esa minúscula escalinata que llevaría al púlpito. Miles de tormentas han ocurrido desde entonces, vendavales y ventiscas, hielo y nieves, tremendas avenidas y torrenteras. Cualquier ribazo ( … y en Ayora los hacen bien) hubiera ido al suelo a la mínima, y estas “viejas ruinas” de la ermita de San Roque aguantan.
Todos los años vamos casi todo el pueblo por allí, junto a su inexistente puerta, y pasan las Autoridades y el Clero, y casi nadie sabe que aquello fue la inicial “casa” de nuestro Angel, y lo menos que podría merecer, sería que a alguien se le ocurriera detenerse un momento y pronunciar todos -siquiera mentalmente una oración por San Roque, que al fin y al cabo Santo es, y patrón de todo tipo de epidemias, por añadidura-. Acaso por ello. a mi me atraen estas piedras, a la vez, por los misterios que encierran y también, por la discriminación ingrata y absurda de tener como apestado a un lugar que fue levantado por nuestros antepasados dando gracias por habernos librado de la epidemia.
No deseo que este escrito pueda servir para establecer merecimientos ni comparaciones entre ambos titulares de la antigua ermita ni que alguien pensase en restaurarla, ya que nunca sería aquella tan hermosa que levantaron nuestros abuelos hace mas de tres siglos. Dejémosla como está, pero eso sí, al dar el recodo del camino, miremos por un momento aquellas paredes pensando la poderosa “suerte” que encierran al no consentir caerse. Es posible que el mensaje que nos quieran dar estas viejas piedras sea decirnos a los ayorinos simplemente que las tengamos presentes…
Pienso que mientras estén sus ruinas serán testigos de algo muy hermoso que allí sucedió. Por eso mismo, un dia que pasé por allí y tenía un fotógrafo cerca, me agarré al más grande de los sillares queriendo pensar que estaba en el año 1600, la Misa solemne iba a empezar en cualquier momento, y yo representaba a mi tatarabuelo, ya con el pelo cano, pero tan devoto como él de las tradiciones ayorinas. Por cierto, la fotógrafa me sacó muy favorecido…
Gracias, Mayte…
Datos de D. Miguel Perales, recogidos y ampliados por D. Eufrosino Martínez.
Foto: Mayte Ortuño


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sábado, 16 de junio de 2012

BECQUER REVIVIRÁ


     
La  tarde  es  lenta  y  bochornosa
sin  pájaros  cantores;
no canturrean los grillos
sus  salmos  monocordes,
ni hormigas en largas filas
anuncian lluvias y frescores.

     Es un año raro
este dos mil doce:
bisiesto y  terco,
sin que trinen los ruiseñores
ni golondrinas vuelen
en la plazoleta de la Iglesia,
alrededor de la torre.
  
     La gente está agobiada
teniendo cada día
nuevos sinsabores;
hasta la primavera ha sido
esquiva y borde.

     Veo de lejos el solitario gorrión
aleteando inestable
en un viejo hilo 
de cobre;
mira ávido alrededor,
huye rápido
y se esconde.

     Ya  no vienen aquellas tormentas
de tardes primaverales,
ni crecen hierbas esbeltas
en sus humedales;
                  
     Dijo, Bécquer:  “volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón los nidos a colgar,
pero  aquellas que cantaron nuestros amores,
¡ésas…no volverán”. ! 

     Es  verdad; 
ya no se oyen las notas musicales
de los pájaros cantores
y nadie sublima con su música
nuestros románticos ardores;
el sol se pone...


     pero llegarán redivivas primaveras,
hormigas, lluvias, grillos y gorriones... 
y de nuevo vez otras golondrinas
volverán a colgar sus nidos
en jóvenes corazones. 




José  Martínez  Sevilla

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viernes, 8 de junio de 2012

UN DIA COMO OTRO




Cuando  paseo  cada  mañana
y  una  luz  inmensa  inunda  todo,
camino  despacio  y  feliz
de  sentirme  vivo
en  el  espacio  alto 
y  hondo.

Contemplo  primero  las  montañas
una  a  una,  al  fondo,
resplandeciendo  de  sol
en  el  bello  horizonte
de  ocre  y  oro.

El  arco  iris  de  la  dilatada  madrugada
es  una  larga  franja  deshilachada  
como  polvo  de  una  era.
Ocre  gastado  de  los  barbechos
y  la  mustia  rastra  
de  espigas,  precozmente  doradas,
se  reflejan  difuminadas 
en  blanquecinas  nubes viajeras. 

Surge,  a  ratos,  un  grito  alborotador
al  borde  de  las  sendas;
son  las  humildes  y  rojas  amapolas
alegrando  el  denso  gris  de  la  tierra.

Me  detengo  junto  a  un  pino
bajo  cuya  frondosa  sombra
relajado  gozo,
como  si  agua  fresca  bebiera
de  un  profundo  pozo;

¡Qué  hermosa  está  la  mañana
caminando  bajo  el  enorme  toldo
del  insondable  cielo
sin  pensar  en  nada,
pisando  morosamente
el  suelo.!
   
Nada  hay  de  especial,
si  sientes  cerca  la  felicidad:
es  un  dia  como  otro
nada  más.



                                                                                          José  Martínez  Sevilla


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lunes, 4 de junio de 2012

SONIDOS Y RUIDOS (Tiempos pasados y actuales)




Hace unas noches, cuando hizo tanto viento, estaba yo desde la cama oyéndole silbar fuertemente contra las palmeras de la Plaza, y ese silbido me trajo por asociación acústica -con trasposición de fechas-, recuerdos de antaño cuando estando igualmente acostado en mi casa de la calle Empedrá, escuchaba parecidas ventiscas resoplando con furia y golpeando en ventanas y puertas. Estos recuerdos desencadenaron otros relacionados todos ellos con los variados sonidos y ruidos de aquella época, y durante un buen rato estuve complacido evocándolos.

La memoria se puso en funcionamiento arrastrando ciento de sensaciones pasadas que permanecían vivas en algún rincón de mis archivos subconscientes. La calle Empedrá era entonces un lugar con mucho movimiento y algarabía. Hoy, me cuentan los vecinos, que también es muy ruidosa pero solamente los fines de semana en los «pubs».  

Aquellos otros sonidos eran simplemente la manifestación de la vida del pueblo, característicos de los múltiples oficios que existían, de los numerosos vendedores ambulantes y de todo tipo de gente afaenados en sus tareas que, a veces, eran únicamente hablar -pues ya se sabe que los ayorinos (especialmente ayorinas) solo con hablar ya tenemos suficiente para armar un considerable alboroto. Antes mucho más, pero ahora también, porque el asunto de las «charráicas»  estridentes en esquinas, bares y tiendas aunque ha decaído un poco aún se sigue «pegando la hebra» de lo lindo.

 Y es curioso como esas resonancias y murmullos nombrados ahora al sesgo de una noche de viento, reviven con fuerza   apoderándose por un instante de nuestra mente. Diría que con los sonidos pasa algo parecido a con los olores y perfumes, que al percibirlos en cualquier momento fugaz, desencadenan todo un mundo olvidado pero latente en nosotros,  y además, con una fuerza y sugestión increíbles.  En cuanto al tema sonoro, no es lo mismo ir a comprar carbón (pongamos por caso) en un  sitio determinado, que escuchar los sonidos cadenciosos de la vendedora ambulante pregonándolo. «!Se vendee carbóoooon!». Quién dice carbón -que hoy ya no se vende- dice  melocotones, (que aún se pone la mujer de Maluenda en la Lonja y te oyes al pasar el grito: “!Pepe, ¿que no te llevas dos kilos de estos melocotones, que son tan bonicos...?”.  Esa voz-cantilena, parece como si transformara al carbón o melocotón, que son cosas cotidianas y vulgares, en  algo alegre y sugestivo. Y asimismo, otros muchas resonancias y ecos. Ese run-rún de la calle trasegado a través del oído es una musiquilla que no es precisamente sinfónica pero tiene un encanto indudable trasladándonos a un mundo arcaico, maravilloso y feliz.
Comencemos, pues, el programa de nuestro peculiar «concierto». Como primer recuerdo aquel escuchar desde mi vigilia, a primera hora de la mañana, el paso de las numerosas  caballerías que habían entonces en el pueblo, sobre todo, burros y burras. Algunos/as,  tenían la costumbre -sin duda atávica- de rebuznar fuertemente cuando llegaban a mi puerta. Digo atávica porque antiguamente estaba allí el herradero. Bien, pues aquellos rítmicos rebuznos que proferían los burros tras haberse descargado de sus entrañables boñigos, los escuchaba yo completamente deleitado. En cuanto a la boñiga expulsada, inmediatamente salía mi vecina Mercedes «la zarrina», recogiéndola como fruto preciado para sus macetas o acaso para el olivar. De aquellos burros, recuerdo el de Abundio «el mono»,  pero especialmente el más alborotador que era el de Luis «el teresino», transportista de Teresa a Ayora que traía agua de la Longeña y otras mercancías. Bueno, pues el burro- pura sangre- y más «movío» que la «Tereseta», enseguida que olfateaba alguna compadre femenina, salía arreando derecho a ella, armándose el revuelo correspondiente entre el ardiente galanteador y sus receptivas burritas.
Otros sonidos típicos eran los clásicos vendedores: «El tío regaliciero» con sus slogans, «¡A la regaliciaaaa!» y «!Regalicia barataaa!». También, aquel inolvidable tintorero (de la Ribera) con su fardo de prendas terciado al hombro y gritando: !»El tinto....rero!». ¿Y como olvidar a la mujer del calendario zaragozano» :»Mentiras y enriedos para to el año». Asimismo, «el Tostaíto», canturreando : «Er torerí, torerí, torerá, ta, ta, ta…¿han llamado?!». «El paragüero!», el reparador de “somieres”, el estañador, el afilador con su bicicleta y el pito soltando la clásica chirivía. Pero, acaso, los dos mas típicos vendedores fueran «Braceli» con su cantilena de «!Pieles de conejo y liebre!» ó «Cambio mixtos por alpargates» y una par de  mujeres, altas y enlutadas- que iban de casa en casa abriendo estentóreamente la puerta y gritando : «¿Quiere Vd. un livianico?». Marco aparte merece nuestro singular pregonero «Ojicos», con su gran vozarrón, proclamando a los cuatro vientos bandos «de dos pitás» escuchados de punta a punta del pueblo
Bien, pues todo este repertorio de sonidos, unidos a las campanas tocando a misa, a la «novena», a los rezos, a «muerto», las «oraciones» al atardecer; a mediodía el «Ángelus» con las «badajás»); los chiquillos jugando como locos alrededor de la Lonja, sin olvidar los lunes con el tradicional mercado en la Plaza donde los vendedores voceaban «a grito pelao» su mercancía, por ver quien conseguía más clientes. 
Así era la interminable secuencia de sonidos que ponían ritmo y tono a nuestra vida. Aquello era la vida de pueblo; hoy ya no, porque la gente está metida en sus casas con la televisión, permaneciendo las calles solitarias y mudas. Bueno, no tanto, porque de vez en cuando asoman las terribles motos a todo gas y los tubos de escape escapados realmente de cualquier control. También son para mencionar entre los ruidos modernos, y más en el día que reescribo este artículo, otros ruidos estridentes que se escuchan con frecuencia. Es cuando juegan al futbol el Barcelona o el Madrid, y “los dos Pedros”, Avila y Benavent, ponen los televisores a tope en la terraza de sus respectivos bares en medio de la plaza. Como los jugadores Messi y Ronaldo meten hoy los goles como si hicieran churros, a cada momento estás oyendo “!Goooooool !”, con lo que si estás cenando, por un decir, macarrones, puede que se te atragante el bocao armándose “la marimorena”. Por si faltara algo, explotan enseguida dos o tres tracas llenado todo de “esclafíos” y humo. “!Alma pólvora!!. Otro tipo de ruidos actuales, a cual mayor,  es cuando llegan las fiestas, Semana Santa ó Toros. Vivir entonces en la Plaza, aparte de ser un privilegio pues ves todo en primera fila, es además una trepidante sinfonía que de no ponerte tapones en los oídos, puede resultar tremebunda, porque aquí “arde Troya!”.

Vale. El caso es que en el plan acústico, aquí, como buenos valencianos, no nos quedamos atrás.

Ahora, al reescribir estos comentarios, como por arte de magia, me vienen a la memoria aquellos tiempos, no se si mejores o peores, pero, aunque distintos, muy parecidos en el fondo

En fin, como en aquel célebre episodio de un conocido escritor que -mojando una magdalena en la leche - esa sensación - hizo  acudir a su mente toda su infancia y adolescencia (materia posteriormente de un famoso libro); yo, oyendo esta noche  (3 de junio de 2012), las furiosas ventoleras originadas por una pequeña y fugaz tormenta, contra las palmeras y persianas de la plaza, he sentido renacer toda la gama sonora de nuestra Ayora en aquellos felices tiempos pasados que me han llevado, como por ensalmo, a los consiguientes de hoy. 

José Martínez Sevilla

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