martes, 6 de noviembre de 2012

PUDO SER HACE UN MILLÓN DE AÑOS


Pues, sí, pudo serlo. La fotografía que ilustra este escrito muestra lo que, trasladando épocas y fechas, pudo ser una cabaña, cobertizo, altar o monumento con cientos de fósiles, como ex – votos, implorando protección al dios de la lluvia, el viento y todo tipo de catástrofes en la noche oscura de los tiempos.
Ahora es una pequeña parte de la finca “El Chorrillo” en Ayora, donde tengo una casica, veinte almendros secos, un olmo entrañable todavía esbelto aunque desmochado, algunos manoseados libros, un sillón de mi bisabuelo, “el Maestro Lázaro”, y la citada construcción de fósiles y piedras. Además, y como recreo para la imaginación, tengo un motejado “cementerio indio” -viejas maderas corcadas y estrambóticas que he ido encontrando en la tenaz chifladura que arrastro hace veintitantos años-. Consiste el capricho o demencia, en amontonar pedruscos, raíces, huesos y toda clase de vestigios añejos; rodearlos de enmarañados arbustos y formar una especie de laberinto que llamo, por un decir, ”la fuente”, porque al fondo cae un chorrito de agua sobre conchas, corales, ammonites y algún preciado trilobites mostrando las increíbles maravillas de la naturaleza.



Pues bien, volviendo al inicio del relato y remirando todo, me gusta verme y sentirme transformado en primo hermano de uno de aquellos hombres primitivos, origen de nuestra saga actual, bien fueran “Cro- Magnon”,  “ Neanderthal”,  “Homo erectus” u “Homo sapiens”. A cualquiera de esos lejanos parientes les veo regresar un día a su chamizo para descansar, encender el fuego -primer rito sagrado-, comer, dormir, tras las diarias y duras jornadas de cazadores furtivos.
   Yo no ya cazo ni gambusinos, pero aquí me tenéis, cumplidos los 82, como un poseído, realizando uno de los primeros ritos iniciáticos del primer homínido al construir su “hábitat” con piedras bien elegidas, techumbres adecuadas y viejos troncos de quemar y calentarse el trasero. También, en mi caso, rodearme preferentemente, de fósiles, que en aquella época eran considerados como los más preciados amuletos, especie de fetiches diabólicos para toda clase de buenaventuras y hechizos.
Pero existe otra faceta en este tema prehistórico, igual de significativa:
Sabido es que en diversos lugares de Ayora,  tenemos las llamadas pinturas rupestres,  conocidas por  “Tortosilla”, el “Barranco del Sordo”, idem “del vizconde”, abrigo de “Pedro Más”, etc., y lindante con  ellas,  “Cueva de la Vieja”, en Alpera, y de “La  Araña”, en Bicorp.
Así, aquel mismo hombre, más evolucionado, además de construir su refugio ante la hostilidad del medio ambiente, entraba en su morada y no se cómo ni por qué, se transformaba en artista. Tendida la mirada al horizonte mas cercano (tras proveerse de palotes manchados  con grasas de animales, intentaba  plasmar en las paredes cuanto  veía:  manadas de ciervos retozando en escarceos amorosos,  bichos desconocidos huyendo despavoridos y a algunos de sus compañeros de tribu disparándoles con arcaicas flechas. El más curioso de estos abrigos rupestres es la “Cueva de la Araña”, donde se perfila un hombre (aunque sospecho sea una mujer por la esbelta figura y respingón culito), trepando por una cuerda y recogiendo en un capacho panales silvestres de miel. (Muchos siglos después, cientos de ayorinos  treparían de manera  similar con sus camiones por intrincados parajes recolectando el rico manjar de la miel convertido años después en una de las mayores riquezas de nuestro pueblo. 
Bien, pues si en la Ayora de antaño hubo multitud  de personas ocupadas en tales menesteres, sea construcción de sombrajos, abrigos, santuarios u ofertorios, otros con colmenas, y los más artistas, pintando sus fantasías en los muros, también puede darse el caso actualmente de un chiflado, reconvertido por arte de magia en troglodita, que  los evoque. 
Me gusta identificarme así, y por ello he construido mi chabola, una  minúscula necrópolis, la fuente de fósiles y un “cementerio indio”... que se me antojó. 
Esta es la historieta: “Pudo ser hace un millón de años” - y más millones aún-,  pero fue ayer, un ayer remoto, que por arte de birlibirloque, sigue siendo ahora mismo, esta misma tarde, sobre las cinco, cuando ocurre la transformación y paso a ser cada día “un hombre más de las cavernas.
Siendo sinceros, aunque adornando el tema con peregrinas teorías, mi errático trabajo quiere ser es una modesta y agreste recreación de aquella época. Quiera Dios dure mucho tiempo y alguno de mis descendientes recoja la antorcha olímpica de este inédito deporte que por lo menos te mantiene la mente despierta y tensados ánimo y músculos.
Se podría sacar una moraleja del tema. Las personas, cierto número de personas,  llevamos dentro, escondido entre los vericuetos de nuestros circuitos neuronales, algo parecido a  aquellas  emociones, especie de proyectos o ensueños de toda una vida. Es verdad que en la mayoría de los casos no estamos dotados para articular y desarrollar coherentemente tales fantasmas del cerebro  pero todos responden a nuestra más insoslayable y profunda identidad que están aflorando ininterrumpidamente ya una veintena de años y ni nuestros más allegados sospechaban, pero que yacían vivas en mis entretelas en estado latente.  
Bueno sería que muchos, cuando tuviéramos tiempo  ( o llegase la jubilación, como en mi caso),   intentáramos  pormenorizar nuestros sueños y,  si acaso, encontraran cauce, seguirlo, pero en el supuesto se malograran  saliendo un churro, pues nada, a  “volver a barajar” y ahí quedó el intento.
Recapitulando:  
Lo que vengo haciendo día tras día  nada es del otro jueves, aunque una vez puesto en el tajo, me está ocurriendo, muy ocasionalmente, es verdad, algo tan insospechado como maravilloso: la sensación indescriptible, acaso la más bella de la vida, de notar de manera repentina y fugaz, que estoy tocado el cielo con mis manos.
José Martínez Sevilla

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