domingo, 16 de septiembre de 2012

POR LA MAÑANA TEMPRANO

Ayer madrugué algo más que de costumbre, hacía un día limpio, ligeramente  fresquito, con esa agradable temperatura que hace en Ayora entre los meses de septiembre y octubre.
Me dirigí por la “Cruz Vieja”, hacia los preliminares de “Cuestecica de los Frailes”, pero sin subir por ella, apartándome a la izquierda, oteando enseguida la “Hoya del Perro” y “Solanica El Lagar”. Me gustan mucho estos parajes e incluso noto que disfruto eufóricamente solo con nombrarlos.
Voy avanzando poco a poco  solazándome a derecha e izquierda con las variadas hierbas y matujos que veo..( Una cosa me ha sorprendido siempre, con disgusto,  y es que al querer nombrar las distintas especies de vegetación de los alrededores me encuentro con la dificultad de no saber sus nombres exactos -con los bonitos que son-. No me ocurre a mi únicamente, porque cuando pregunto a amigos y vecinos casi nadie sabe el nombre de las variadas hierbas silvestres, tan abundantes y olorosas, del contorno, Este analfabetismo vegetal es un defecto grave de todos nosotros, aún más, mío, que me dedico con frecuencia a escribir y debería por ello  tener sabido, al menos, el vocabulario completo de la vegetación ayorina. Perdonen.
Otra cosa que miro con detenimiento y regusto son los olivos, extendidos a cuatro bandas por todo este terreno, y verdaderas joyas en todos los sentidos. Por su colorido grisáceo y austero...tan acorde hasta con la idiosincrasia ayorina; por su fruto, la aceituna, riqueza principal de la población, transformada posteriormente en el  preciado aceite obtenido de ellas y del que somos acérrimos “fans” todos, de tal manera que no creo haya casa ayorina donde se cocine con otro aceite que no sea “el del pueblo”, como orgullosamente proclamamos en cualquier ocasión. Tras estas consideraciones elaboradas mirando nuestras oliveras, mi mirada se recrea últimamente en  las forma de sus ramas y troncos que estéticamente, cada uno de ellos, es una privilegiada escultura artística inigualable.
Hay un comentario muy curioso de un botánico, el ilustre Antonio Josef Cavanilles, que visitó  Ayora en 1797 escribiendo una cosa interesante respecto a nuestros olivos. Dice que el cultivo de estos árboles era algo muy reciente en este pueblo (unos 30 años), que antes estuvo dedicado casi en exclusiva a la viña y la huerta. Comenta textualmente “Imaginó un labrador plantar olivos en lo inculto, y desentendiéndose de las burlas de sus vecinos que pretendían apartarle de su empresa, continuó con tesón y, al poco tiempo ya tenía multitud de imitadores, dado el éxito que obtuvo...”
Bueno, entusiasmado con las oliveras (vocablo con más sabor local, que prefiero a “olivo), he dejado la excursión de esta mañana algo olvidada. Sigamos.
Prosigo, pues,  mis andaduras por aquellos andurriales (no muy estimados por nuestros antepasados, que tenían un dicho muy popular diciendo: “El Monte Chico, el Monte Grande, la Casa el Cura y el “Rincón del hambre”.
Bien, yo  sigo pateando estos territorios disfrutando de lo lindo. Me gusta mucho todo lo que rodea el Monte Mayor, al que considero “Patriarca principal del pueblo”, y además,  guardia urbano que nos libra por su elevado promontorio, de tormentas y otros desafectos.
La invitación de mirarlo todo y de tocar casi todas las piedras, es irresistible. El campo, a estas tempranas  horas, se muestra muy receptivo -como novias primerizas-  a miradas y roces, y yo le sigo la corriente. Trasponiendo sendas y atajos que no se adonde van, voy haciendo una de las cosas que más me gustan: perderme. Para mi es una delicia, claro, sin abusar demasiado, que algunas veces me he visto en situaciones muy apuradas, debiendo haber tenido que venir a recogerme mi hijo con el coche.
!Mañanas de Ayora”: Nada puede detener vuestros encantos, sobre todo en esta época pre-otoñal, sin frío ni calor.
Llega el momento de bajar y allá voy trompicando con raíces, resquebrajaduras del camino...y el sol que ya calienta demasiado.
Y es que la mañana -como todo- es para disfrutarla en sus primicias, no esperar que el sol agriete y mustie ánimo y terreno.  
Al fin y al cabo, el día es como cualquier otra cosa: en el uso y transcurso de sí, se va ajando y al final, todo es poso y heces.
Dejemos que las bellas mañanas de Ayora nos impregnen de ese sabor y color ayorinos que tan bien sientan a nuestro cuerpo.
José Martínez Sevilla

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1 comentario:

  1. Hola Pepe, relato sencillo y diáfano, como siempre. Palabras claras y amenas para definir lo que todos compartimos, lo genial de las mañanas de Ayora en Otoño y Primavera y la misma dificultad para conocer los nombres de todas esas plantas. Aquí va un libro editado hace poco en Ayora pero que no todos tuvimos la oportunidad de conseguir: http://www.jalance.es/es/sites/jalance.portalesmunicipales.es/files/plantas-silvestres-y-setas-comestibles-del-valle-de-ayora-cofrentes.pdf.

    En cuanto a lo de la palabra olivera es la ventaja de la riqueza del lenguaje, raíces latinas y árabes para denominar al mismo objeto (oliva, olivo, olivera, óleo, aceituna, aceituno, aceite); pero hay más, olivera es la denominación que se da al olivo en las zonas del levante de habla valenciana, una más que coincide en el habla ayorina, como pebrazo (pebrasso en valenciano), polsaguera (de “pols” que significa polvo, o sea polvareda), carganela (cagarnera en València), tejaino (gorrión, con la raíz teja en Ayora, y “teuladí”, con la raíz “teula” , que significa teja en valenciano). Y parece que hay mucha más ….
    Ya esperamos tu próxima entrega.
    Saludos
    Carlos Gonga Ballester

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